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martes, 3 de noviembre de 2009

Crónica de una Coronación Canónica


María, madre mía y santa hermana,

Y te sueño durmiendo y de mañana,

Cuando se oculta el sol y en blanca aurora.




Era una mañana del mes del rosario. Valladolid. Valle de lágrimas. Despertó una mañana alegre, de luz blanca impecable que diluía la mampostería del Campo Áspero sobre la que se asienta la Catedral consagrada a la Asunción de la Virgen, pero no, Ella estaba en la Tierra, bajo a la ciudad para nominarse en Angustias. Madre de los Cuchillos, Virgen de los vallisoletanos. Llanto de Castilla.

En la inmensidad de las bóvedas, allí estaba la Madre Dolorosa (junto a la Cruz llorando), tan simple, tan excelsa… enfrentada con las Puertas del Cielo. A su vera, custodios cofrades apurando la colocación de sillas, alfombras y aditivos para magnificar la celebración vespertina. Suspiros de Oriente en forma de flor se afanaban por mudarse en trono de nube blanca: orquídea de Tailandia, fanal de rosa y clavel español.

Y quedó allí, aguardando el gozo del crepúsculo.


Todas las veredas de aquella tarde confluían en la Catedral, desde toda la ciudad se encaminaban sus devotos, puerta de Santa María. Sol de otoño. Atavíos para la celebración pontifical: mantillas negras, corbatas purísima, chaqué, traje, tocas, clerigman… milimetrada la tribuna dispuesta que rápidamente se desbordó. Dicen mas de tres mil los allí rendidos. Cera máxima en la mano aguantaba nerviosa el inicio de la celebración.


Eran las cinco en punto de la tarde cuando desde aquel fulgor que brotaba a chorros desde la entrada, Cristo en su Cruz patriarcal fue a encontrarse con su Madre, como cada Martes Santo. Tras la Cruz, la clerecía, hijas de la Virgen que, de blonda, en angarillas portaban la presea que Valladolid donaba a su Dolorosa. Una de oro y otra, la que más brilla, en caridad.

Don Braulio, permítase la confianza, no era Primado de España, ni siquiera Arzobispo de Toledo… Monseñor entraba en su casa, era aquel Arzobispo de Valladolid que meses atrás se encaminaba por Berruguete para anunciar el gozo de la Coronación Canónica. Gracias, señor.

Solemnidad en la liturgia, brillantez en la orquesta y coro, excelencia catedralicia. La celebración de la Santa Misa fue bellamente guiada a través de la publicación que la Cofradía realizó.

Del Sagrario salieron las mejores espigas de trigo que guarda esta tierra que se trenzaron en corona por Valladolid, los murmullos cesaron, las gargantas callaron y el tiempo se durmió. Pasaron Siete Dolores de orfebrería, pasó un cielo de doces estrellas... y como en el principio, la Trinidad posó una corona en esa semblanza de madre castellana, de hija de Juni , y la llamó Madre de Las Angustias y la susurró al oído “Tu serás la Reina del Cielo y de Valladolid”

Reían los niños, lloraban los otros. Estalló el aplauso y la Virgen dejó de llorar. ¡Cuantas alabanzas de los que aguardan junto a Ella!
Se musitaba Dios te Salve, Reina y Madre…
Bendición desde la Cátedra. Abrazos y orgullo.


Sonó un llamador y a su golpe acudió su cofradía en forma de comisarios, y fueron todos, los allí congregados y los que con impaciencia esperaban en las cercanías los que descendieron a la Virgen de las Angustias mientras se interpretaba el Himno Nacional de España, La Tierra de María. Un puñado de cofrades izaron sus brazos rematados de camisería para ceder el testigo de los muchos devotos que trasladaron a Nuestra Señora durante el recorrido.


Entre himnos abandonó la Virgen la que fue su casa durante siete días. Cesó el himno y comenzó en la calle el Triunfal. Al compás se presentó la Señora en el zaguán y fue entregada a Valladolid. Las manos se extendían a su paso dorado barroco y, en contrapunto, los teléfonos móviles con cámara se alzaban como si de teas del siglo XXI se tratasen. Mientras el tiempo pasa, la devoción permanece.


Avanzaba la corporación entre el gentío, abriéndose paso el altar sobre los hombros, custodiado por los mayordomos encargados. A paso lento, a la pauta de la música de la villa pinariega las pisadas apenas ganaban terreno al mar que en oleadas se acercaban hasta los acantos del paso. Las dulzainas silbaban los pitos del Silencio. Las faldillas del paso se acunaban formando suaves ondas, preludio de un mar de preces que se abría por Regalado. Esperanza nuestra. El Salvador aguantó en la esquina para exhortarla una plegaria con la corneta incisiva: Reina y Madre, la llamó desde su altar sacramental Jesús de Esperanza.


Por aquellas ya la tarde era malva, y la Luna se asomaba entre el calado de la corona, cimbreante resplandor de oro que dinamizaba lo mayestático. No podía haber dolor. Menos Dolorosa que nunca al saber que su Hijo estaba triunfante y resucitado en Las Calderonas, se lo confió al oído la Cofradía del Resucitado en las cuatro esquinas.
Llovieron pétalos entre cortinajes de terciopelo cuando la Hispana Capitana saludó a la Señora. Un reguero de flamas la iluminaron la calle hasta su homónima de la Amargura, entre fachada damasquinada de oro y carmesí los cofrades de la corporación de san Andrés volvieron a ver cómo se marchaba la Madre, como en Santa Cruz el martes santo.
Llegó entonces Félix Antonio Ansúrez a coger del brazo a su vecina y la recitó: Siete Palabras presas en el viento,
siete corceles del dolor huidos. Y sonó la banda. Crujió la madera y se impuso el Señor en la Cruz sobre la torre de Santiago. Lenta, muy lenta la despedida.

Del subterráneo salió una Virgen, que vino en loor de olmedanos, sus gentes auténticas y genuinas hicieron sirga con baldosa mudéjar hasta la Flor de Olmedo. Cantaba su pueblo, tocaba su banda y danzaban los pasos.
La banda de cornetas se formó ante el paso de la Señora, solemne y marcial, y el Reflejo de su corona salpicó las levitas de plata. Sonó la corneta de acero, el mismo que se hundió en el costado de Cristo en aquella Sagrada Lanzada.
A la puerta de la Casa salió su Alcaldesa, con su bastón de carey y alhaja, y concedió la venia a su hermana y la hizo coronada y patrona y la cedió su medalla y así se dieron las gracias. “Bienllegada Madre Angustias” dijo la Coronada. Un trono de oro, otro de plata. Los varales se acercaban y en ellos algunos lloraban. Gloria a las por Valladolid, Coronadas.


Repicó la espadaña de la ermita y salió Dios con la Cruz tropezando, derrumbándose… y puso su mano sobre una copa de plata, sobre una voluta dorada y se evitó la caída… era la Madre de Dios que por Jesús pasaba. Sonreía la Dolorosa del Sacro Monte, luciendo orgullosa medalla y ayudaba el de La Costanilla a enjugar con su saya las lágrimas que de aquel altar brotaban.

Se fue Fray Pedro Regalado a avisar a la Soledad Franciscana. Llegó entre notas de capilla. Un cofrade se aferraba a la Cruz. Salutación de los pasos. Marchó ya la Virginal mientras una Virgen de manto marrón sin remedio se alejaba. Santa Isabel nos presentó a su prima que muchos aguardaban.


Como en las romerías de nuestra tierra, las danzas formaban la Rueda, sonaba la Galana y los vuelos de azabache y paño despejaron la vereda hasta el Monte Carmelo. Allí, la Estrella de los Mares, también de los mares de trigo y cebada. San Benito se hizo pórtico. Salve, rezos y vítores. Las bandas se recomponían, el cortejo se iniciaba y marchaba al redoble la Homenajeada. Turíbulos nublaban la calle.


Plaza de los Arces. Gerardo Diego, muy en poeta clamaba:

Dame tu mano, María, la de las tocas moradas. Clávame tus siete espadas en esta carne baldía.


Y El Sagrado Corazón de María ofrecía la mano a la noche, y su toca, y agarraba su corazón que ya venía traspasado por siete puñales. Pasó la Señora y los guadamacileros se asombraban mientras curtían sus cueros.


Una fachada cobijaba una Cruz de filigrana, reliquia del Verdadero Madero, la Cofradía que tributa ese verdadero culto se dispuso en media luna, a la antigua usanza, como así se describía en el vetusto libro de reglas de tapas de badana que por aquellos lares se trabajaban. Ayer eran de cuero, hoy sus tapas son argentadas a golpe de tas en la rúa de la Platería.
Nuestra Señora de Los Dolores extendió sus manos para abarcar a su colindante vecina, con ellas se unían las devociones marianas de los allí citados. Retumbó la ovación. Dos torrentes de rezos se unieron en uno al filo de la medianoche. Alfombra fue extendida de pétalos hasta el Ochavo. Tras el paso, Eugenio con su partitura, también vino Moreno y Cebrían con la Esperanza Macarena de Sevilla, Robles desde Málaga con la Virgen del Rocío vestida de novia, El Abuelo de Jaén volvió con Cebrián, una Virgen de ojos verdes nos trajo Gómez-Zarzuela desde la Anunciación hispalense… el gallego Ricardo Dorado esperó en el teatro Calderón para clamar a la Virgen Mater Mea!


Se iba la noche y se adentraba la madrugada. Gozosa avanzaba la Virgen entre los soportales. El Coro de la parroquia de San Miguel y la Cofradía de El Descendimiento y de la Buena Muerte tributó su homenaje. Cantos bellos al paso de la imagen. Miradas de aflicción entre los cofrades, se intuía el final de la jornada, nadie lo quería. Los niños de la procesión jugaban con los cirios, gratamente imposibles de mantener el rigor de la procesión, quizá muchos de ellos buscaban entre sus atuendos la borla del cíngulo para jugar con el pero extemporáneamente, en las manolas pesaba ya el paso de la jornada, se rehacían de nuevo el tocado de mantilla. Las varas que asía la presidencia de la Hermandad ya contenían los reflejos de neón de una madrugada que daba ya paso al ocio nocturno, a pesar de lo opuesto, las pandillas de jóvenes observaban a escondidas de ellos mismos La Fe de sus mayores.


Otra cuadrilla, la de hermanos comisarios, empezaba a notar el desgaste ¡solo físico! del ancestral ritual de llevar a hombros un paso. Jaleos y ánimos entre los que permanecían a la espera de su turno y los afortunados que ocupaban en trío los varales del paso. Clasicismo y elegancia en la mecida de la parihuela, medida sobria y compás adusto de la pisada de los elegidos. A tal Señora tal señorío.
Todos, todos… los de verde, azul, rojo y morado, los de centro y periferia, todos se vistieron de turquí para arropar y encumbrar a una Madre en su trono de procesión.


Un violín desgranó en rezo el Ave María, detalle supremo. Con cadencia y acompasadas en el tiempo dos advocaciones de la Virgen se presentaron, volvió a coincidir el tiempo, aquel que señala el Viernes de Dolores que cuando una de ellas desciende de su camarín hasta la ciudad y, la otra, desciende para salvar el portillo de la Iglesia del Carmen y así presentarse a su populoso y devoto barrio. De la mano de la Hermandad y Ferroviaria institución que exalta la Cruz de Cristo, una embajadora, quizá la de más honra, llegó junto a un Getsemaní exclusivo que se hizo en la Fuente Dorada junto a un olivo.

Giró la Virgen entre besos al aire de las mujeres, entre cabezas que se destocaban a su paso y pañuelos que secaban las mejillas. Al fondo, una sollozante mujer sujetaba a su hijo finado, no hay consuelo para tanto dolor. La Virgen de las Angustias torno su gesto en amargura cuando La Quinta Angustia, Nuestra Señora de La Piedad, la recordó desde La Libertad su identidad: Una espada de dolor te traspasará el alma. Y la Madre se entristeció al ver su designio.



Olía a romero en la calle. La Cofradía parroquiana de la Preciosísima Sangre expuso a su Cristo Titular, esta vez el Señor pudo ver el otro perfil de su Madre y vecina, acostumbrado todo el año a guardar custodia desde el oratorio de Santa María de La Antigua. Sonó la marcha, surgió el poema y se extendieron las flores.




Se hizo Martes Santo, era el mismo corro en la plazuela. Muchedumbre apartada y contraída que despejaba la vía. Algo va a suceder. Suena una aldaba con tres golpes, se arría el paso, comienza el himno no oficial de la Cofradía, los comisarios apenas avanzan sobre los pies, distinguida Señora que avanza a la cadencia de un ritmo de solemnidad. Se aprietan en las manos los rosarios, se agachan los rostros apurando el rezo y el recuerdo. Sigue la Virgen triunfante sobre el empedrado, se alternan los sones, aquella Virgen gitana de igual apellido que vive a la vera del Guadalquivir, en San Román junto a Peñuelas, dedica –por bulerías- la última plegaria. Vuelve la Virgen a nosotros esos, sus ojos, misericordiosos. Y nos ofrece la última mirada y Valladolid la clama en Salve, la más sentida, la Ciudad toca por tres veces el llamador, y se genuflexa en el varal en aquella –última- vez que se levanta el paso, siempre es esa la que menos pesa para un comisario. Solo se ve un pórtico oscuro y una ilusión dorada que en él se adentra, suena la Marcha Real, honores a la Reina del Cielo, con aplausos Valladolid la frena, retiene los varales del paso, no, que no se acabe la esencia, que no se guarde la Joya… Ella, La Virgen de los cuchillos, se apaga dentro, su rostro se oculta entre la tiniebla de su iglesia y la calle quedó huérfana.

Se cerró un portalón, se apagó una jornada pero en tu cabeza brillará siempre devoción de un pueblo desde aquel día decidió llamarte María, Nuestra Señora La Virgen de las Angustias, por tus hijos Coronada.




Texto: Asociación Cultural Tertulia Valladolid Cofrade
Fotografías: Marcos V.